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DM | 31/10/2022

https://www.diariodemallorca.es/opinion/2022/10/31/fina-linea-roja-77935916.html

Para los narradores visuales que no pretenden hacer arte contemporáneo, pero que deambulando por territorio terráqueo se dedican a interpretar la vida, situando al ser humano en el eje de sus historias, sean reales o imaginadas -ya que partimos del principio de que la realidad objetiva no existe- hay a veces una fluctuante línea roja que puede marcar límites a su actuación. En principio se trata de algo tan evidente como combinar el oficio con el respeto a la dignidad de quienes tienes delante. Pero, ante situaciones inesperadas, o ambiguas, de necesaria resolución inmediata, esto de sencillo no tiene nada.

El conocido fotógrafo francés Robert Doisneau contó en una entrevista de prensa una anécdota triste pero bella. Estaba haciendo un trabajo sobre la trashumancia en el sur de Francia, caminando y charlando junto al pastor, cuando un automóvil atropelló y mató a uno de los perros que les acompañaban. Al entrevistador le faltó tiempo para preguntar al fotógrafo por las fotos del incidente. Doisneau aprovechó para tomar posición ante el polémico dilema: qué hacer ante delicadas situaciones relacionadas con la invasión de la intimidad o el respeto al dolor ajeno. Él había optado por dejar la cámara y consolar al pastor. 

El fotógrafo Kevin Carter, que había estado cubriendo la hambruna que asoló Sudán, ganó el Premio Pulitzer con la imagen de un niño de menos de un año, totalmente solo y a pocos metros de él un buitre posado en tierra, esperando… Tras el crudo impacto de la fotografía se planteó una incógnita incómoda. Superado el relumbre del éxito conseguido por Carter, lo que todo el mundo comenzó a preguntarse acabó siendo un clamor. ¿Qué había pasado luego con el niño? Sorprendido, Carter razonó con total lógica que, en su función de reportero, aquella era una más de los miles de fotos que hizo durante días y días, rodeado de hambre, desolación y caos. ¿Estaba obligado a asistir a todos aquellos que fotografiaba? Aquella polémica a toro pasado era absurda e injusta, pero la presión social y de ciertos medios consiguió que el Pulitzer le alcanzara, más que como un éxito, como una bofetada cruel: aquel niño indefenso ‘que él dejó atrás’ en su camino había contribuido a encumbrarle en lo más alto. Carter tenía un historial emocional complicado y, en la espiral producida por su sentimiento de culpa, años después se acabó suicidando muy cerca del lugar donde había conseguido la foto. 

Recorriendo la zona norte de Tailandia, en su frontera con Birmania, al bordear una pequeña aldea y pasar junto a su cementerio me encontré con los preparativos de una ceremonia de cremación. Todo estaba ocurriendo en un espacio cerrado y sin techo. Me colé silenciosamente y me topé con el cadáver sobre un lecho de mimbre rodeado de familiares que estaban despidiéndose de él. En esas latitudes, si en el momento del fallecimiento la familia carece de medios para un funeral digno, se hace una inhumación provisional hasta solventar el tema. Y en una de estos casos estábamos: el cuerpo acababa de ser desenterrado. Unos monjes con túnica azafrán conducían la ceremonia. El ambiente era solemne y un innato respeto a aquella atmósfera tan íntima me hizo dudar. Entonces, alguien que parecía un familiar del fallecido, que llevaba rato observándome con curiosidad (aún moviéndome con sigilo mi presencia había llamado la atención) se me acercó y me preguntó en voz baja si deseaba fotografiar. Dije que sí. ’Pues hágalo’, contestó con una leve sonrisa. Desconecté el motor de arrastre de la película, para silenciar la acción mecánica, y cargando manualmente hice mi trabajo. Recuerdo que el intenso olor a cadáver se quedó en mi paladar hasta el despertar del día siguiente.

Ocurrió justo al inicio de mi carrera. A partir de entonces, en situaciones ‘sensibles’ no he podido evitar el conflicto interior entre las dudas y las certezas.

©Pedro Coll

Ceremonia previa a una cremación, frontera de Tailandia con Birmania. ©Pedro Coll

 

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DM |19·12·20 | 01:30

https://www.diariodemallorca.es/opinion/2020/12/19/informacion-privilegiada-26506452.html

Debo confesar que a menudo hablo con mi cámara, aunque sería más justo decir que es ella la que me habla a mí. Es una de esas cámaras de hoy, tan sofisticadas. Me cuesta reconocerlo, pero no sé qué haría sin ella.

Os pondré un ejemplo. El otro día iba pensando en las musarañas, deambulando por una de las galerías de la línea Kehini-Tohocu, a una hora en la que no había mucha aglomeración de gente, ya se sabe cómo se pone Tokyo a ciertas horas, cuando de repente la cámara me advirtió de que estaba pasando ante una valla publicitaria muy gráfica. Anunciaba una marca de teléfono móvil y sobre fondo blanco aparecían unos personajes vestidos de negro, muy expresivos. Mi cámara me habló de forma clara, como suele hacer siempre, sin pelos en la lengua: «Podrías aprovechar esas figuras en negro de la valla y dejar que se confundan con personajes reales, vestidos de igual manera, que vayan pasando ante ella, como si se hubieran salido del anuncio y se fueran caminando». La idea me gustó y me situé en el lugar que me pareció indicado. Pero la cámara dijo: «No, desde ahí no, es demasiado plano, encuadra un poco en diagonal, la perspectiva le dará dinamismo, intenta que la imagen sea gráfica, tan gráfica y minimalista cómo la del anuncio». Me pareció bien y decidí utilizar el lente de 24mm. Pero la cámara se dio cuenta enseguida y me volvió a corregir, parecía algo irritada. «Con el 24 exagerarás las proporciones, usa el 35, pero diafragma a 11, necesitas foco en la valla y en los que pasen por delante de ella. Y también necesitas una velocidad de obturación alta porque debes congelar al máximo el movimiento, para ir tranquilo sube los ISO a 3.200». Está en todo, mi cámara. Hice exactamente lo que me dijo. Comencé a disparar a medida que iban pasando personajes que me gustaban. Los ejecutivos japoneses parecen todos diseñados a partir de un mismo modelo, traje negro, camisa blanca, corbata oscura, sobrios y serios. Combinaban perfectamente con los personajes de la valla publicitaria, que también vestían de negro, pero de manera más casual. Aquello me estaba gustando, resultaba potente, pero a veces la cámara me regañaba. «¡Concéntrate! ¡Se te escapó uno buenísimo!». O bien, «Mira, mira esos dos, ¡dispara ya, que se te van!». Después de un tiempo indefinido cazando instantes decidí reanudar el camino, tenía la sensación de haber obtenido buenas imágenes y volví a perderme mentalmente, pensando en las musarañas. De repente la cámara me rescató de mi habitual ensimismamiento: «Cuando selecciones este material no desdeñes escoger varios disparos similares, pero diferentes, convertirlo en una secuencia dará mas sentido a la idea y encajará en nuestro proyecto ‘Urban series’, por cierto, este título fue idea mía».

Vale, mi cámara es muy buena y la necesito, pero a veces se pasa. Ese punto de ego que no controla me incomoda un poco. No me pareció nada correcto que a mi proyecto lo llamara ‘nuestro proyecto’. Y menos aún que me recordara su autoría en lo que respecta al título de la serie (aunque la verdad es que no sé como no se me había ocurrido a mi). De todos modos, seguí su acertado consejo y debo reconocer que me gusta cómo está quedando ‘Urban series’. Esta vez espero una buena crítica por parte de los talibanes del arte.

No soy partidario de comentar esto en publico, pero la verdad es que no sé que haríamos los fotógrafos sin las cámaras de hoy en día. Con los avances de la inteligencia artificial parece que va a salir un modelo definitivo, casi cómo para comprarle un billete de avión, mandarlo con un encargo específico y al cabo de una semana o de quince días regresará con un reportaje de los que quitan el hipo. Y tú sin mojarte. A ver si puedo permitirme su precio…

© Pedro Coll

Metro de Tokyo © Pedro Coll

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DM | 28/11/22 | 00:15

https://www.diariodemallorca.es/opinion/2022/11/28/excelencia-79206277.html

Esta imagen, que de subliminal no tiene nada, ¿no os resulta muy actual?

La agresividad está desatada. Esos accesibles altavoces que son las redes permiten a cualquiera despreciar, vejar, mentir y, con veneno, llegar a ¡crear opinión! El caldo de cultivo es infinito. Vemos cómo se discute a un premio Nobel mientras se da pábulo a cualquier parida no contrastada y multi-reenviada. No soy pesimista, lo vemos todos, hemos entrado en una era destructiva de futuro muy incierto. Nunca, antes, la humanidad se había encontrado ante una situación como esta.

Y cómo se iba a salvar de la quema un mito como es Leica. Hace más de cien años, Oskar Barnak, en el taller Leitz, en Wetzlar, Alemania, creó la primera cámara de 35mm que revolucionó la forma de fotografiar y transformó el fotoperiodismo. Robert Capa, Gerda Taro, Cartier Bresson, David Seymur darían muy pronto fe de ello. Más de un siglo después, su exclusividad sigue afianzada en lo más alto… mientras es banalizada constantemente por obsesivos y fútiles comentarios aparecidos en foros especializados. La mayor parte de sus detractores hablan de oídas, nunca la han sostenido en sus manos, no han tenido la oportunidad de acariciarla. Con referencia a otras cámaras, esos voceros empecinados esgrimen en su contra aquel trillado y fácil argumento comercial del equilibrio ‘calidad/precio’. No han captado que Leica está en otra división. Lo reduciré a algo más gráfico y fácil de entender: a nivel de equivalencia, Leica no es Ronaldo, Leica es Messi. Otras magníficas cámaras, por ejemplo, Nikon, Canon, Sony, sí podrían ser Ronaldo. No me estoy refiriendo al hoy por hoy, claro, sino al largo período en que ambos vivieron aquel caliente enfrentamiento representando a  dos de los clubs ‘más top’ del mundo mundial.

No quisiera molestar a nadie trayendo a este nivel tan terrenal el conocido conflicto, de finales del XVIII, entre Mozart y Salieri, más cosa de egos y de obcecados partidarios que de razón y conocimiento. El tiempo acabó sentando a cada uno en su silla. Me sirve eso para poner el foco en dos conflictos ‘en la cima’, evidentemente más frívolos, pero que serán históricamente registrados: Leica vs ‘las demás cámaras’, y Messi vs ‘los demás jugadores’.

Leica te seduce de entrada por su solidez, por su pequeño tamaño. Sus lentes compactas facilitan la movilidad y la discreción. El sonido de su obturador, la suavidad y precisión de su enfoque, la respuesta al tacto… Hay algo de sensual e íntimo en su manejo. Salir con ella es una experiencia, sabes que te va a exigir más que cualquier otra, que para pilotarla se necesita ser piloto, que ningunea a los inexpertos y a los fantasmas. Y te acabará convirtiendo en adicto cuando descubras que, por sus características, te ha impedido disparar por disparar, al contrario, te ha conducido por el camino de la búsqueda consciente y pensada de la imagen. Rodeados de incontrolada ‘belicidad’, utilizaremos terminología bélica, Leica no es una ametralladora de asalto, es un fusil de precisión. Te induce al paso a paso. Y algo de todo eso hubo -quizá aún hay- en Messi. Sus detractores decían que se pasaba el partido caminando. Pero así, serenamente y sin estridencias, después de años ha acabado ganando más títulos y trofeos que nadie, sin alharacas. En el fútbol, Messi ha sido la intuición y la creatividad elevadas a la enésima potencia, ciencia infusa se llama. Sus coetáneos contarán a sus nietos que tuvieron la fortuna de disfrutarlo.

Llevo muchos años viviendo la fotografía (de y por). Durante mi vida profesional he utilizado diferentes tipos de cámaras, diferentes formatos. Me he pasado treinta años plenamente analógicos y ahora vivo y disfruto mis años digitales. Solo he cambiado el proceso, del grano de la película a los pixels, las ideas y los contenidos son los mismos. Estoy hablando de Fotografía. Y pienso que todo este run-run crítico hacia Leica es reflejo del desconocimiento y de la envidia. Una envidia transformada en un odio casi ideológico, y quizá por ahí podría llegar a entenderlo. ¿Cuál es su delito? Muy fácil, su exclusividad, digo más, su aroma a exclusividad y, en consecuencia, su precio. Perdón, me he liado, ¿estoy hablando de Leica o de Messi?

Aportaré mi grano de arena. Trabajo mis cosas personales utilizando una Leica MP, digital… ¡en la que uso ópticas Leica de hace 25 años! Las mismas con las que armaba aquella M6, analógica, que conservo en perfectas condiciones. ¿Quien da más? Con un simple ajuste, aquellas lentes jamás obsoletas se interaccionan con la tecnología digital más reciente y ofrecen esa calidad técnica irrebatible. Ojo, calidad técnica, no nos confundamos, porque la calidad conceptual y creativa de los resultados que se vayan a obtener con ella es otra historia. En eso, Leica es igual a todas las demás cámaras del mercado. No pasa de ser una bella y costosa herramienta. Podría llegar a ser superada por un simple cajón oscuro con un agujero como objetivo. Porque el ‘valor añadido’ siempre será responsabilidad del usuario. Es muy fácil de entender, el Mercedes Formula 1 de Lewis Hamilton, en mis manos, de conseguir arrancarlo, no sobreviviría a la primera curva.

En la historia de la fotografía, Leica es la excelencia, igual que Messi si hablamos de fútbol, que Mozart si hablamos de música… Lo inalcanzable alcanzado, la excelencia.

©Pedro Coll

 

Dos garañones peleando por el liderazgo. ‘A Rapa das Bestas’, Sabucedo, Pontevedra. Leica M6 ©PedroColl

 

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DM | 31·01·22 | 00:05

https://www.diariodemallorca.es/opinion/2022/01/31/trivial-62127605.html

Leí, no se donde, que, cuando nos miramos en un espejo, lo que vemos en él reflejado es una imagen de la que nos separa una infinitesimal porción de tiempo. En principio, este pensamiento puede parecernos trivial. Pero quizá no lo es tanto al enterarnos de que si pudiéramos mirarnos en un espejo que estuviera a miles de años-luz... cuando nuestra imagen reflejada estuviera de regreso no nos encontraría ni a nosotros ni a los nietos de nuestros nietos. Ignoro si esta teoría procede del mundo de la física o del de la magia, pero me quedo con ella. Aplico aquí aquel axioma periodístico tan útil, ‘no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje’, o el genial dicho italiano que no hace sino confirmarlo, ‘si non è vero è ben trovato’. Cualquiera de los dos me sirve.

Nunca desdeñemos las sutilezas. Por ejemplo, ¿qué imprevisibles consecuencias puede acarrearnos el acto pretencioso de reducir un instante de la vida de alguien a lo que en el leguaje de la técnica fotográfica fríamente se conoce como "imagen latente"? ¿En qué afecta este fugaz acontecimiento al sujeto fotografiado, al autor de la fotografía y hasta al posterior lector de la misma? Sabemos que nunca nada va a seguir siendo igual después de una palabra o de un acto, por imperceptibles que estos sean.

Es bueno no pasar por encima de lo mínimo, debería ser una norma, algo que se fuera enseñando a los niños en las escuelas. Lo mínimo, lo sutil, lo trivial pueden ser como la sal para la ensalada o para una sabrosa rebanada de pan con mantequilla.  Aquí me viene a la mente la divertida anécdota de “las bragas de seda”, muy conocida en el mundo de la publicidad. Cuentan que, al finalizar la realización de un catálogo de abrigos de visón que se había fotografiado entre hielos, en el norte de Escandinavia, la productora presentó al cliente una relación de gastos extra entre los que figuraban no sé cuantos pares de bragas de seda. El cliente les llamó la atención ante lo chocante del cargo: ‘¿Para qué bragas de seda si no aparecen por ningún lado?’ La respuesta del realizador fue muy clara: ‘Cierto, no se ven, pero se sienten’.

Lo imperceptible, lo sutil, su trascendencia sobre el día a día en cada uno de nosotros. Por cierto, a propósito de ello y volviendo al argot fotográfico, con eso de los pixels, olvidados ya los haluros de plata y otras zarandajas analógicas, ahora que llamamos ruido a lo que toda la vida conocimos como el grano de la película o rango dinámico a lo que siempre había sido latitud de exposición, ¿será correcto seguir hablando de imagen latente? Quizá me cuestiono algo del todo intrascendente y debería aprovechar el tiempo que me queda en temas de más enjundia. Pero, insisto, ¿son imágenes latentes las que se almacenan en esta minúscula pastilla, compacta, fría y de apariencia inexpugnable, que es una tarjeta digital?

Volvamos al principio, al magnetismo de los espejos y su proyección mágica, este ‘autorretrato con modelo reflejada’ con que ilustro estas líneas fue realizado en el transcurso de un dilatado proyecto personal, peripatético y no concluido. Vemos que la cámara mantiene el anonimato del autor, o quizá es el autor quien se oculta tras la cámara. Esta sutileza denota el pudor del realizador de imágenes por aparecer en ellas.

Insignificantes contradicciones de lo cotidiano.

©Pedro Coll

‘Autorretrato con modelo a la espalda’.  ©Pedro Coll

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