EL LENGUAJE DE LAS AZOTEAS

Pedro Coll photo

El bell boy dejará la maleta en el suelo, recibirá su propina y sin tiempo para más se encontrará en el pasillo. Cerraré la puerta y ansiosamente me encaminaré al gran ventanal, correré los visillos de un golpe seco y el mar de luces temblorosas invadirá todo mi espacio visual: ahí está, de nuevo, la ciudad carismática, dolida, sensual, histórica, rebelde, con su mar de plomo, su horizonte de plomo... su muralla de plomo. Tiraré de la manivela y la corredera de cristal se deslizará sin esfuerzo, dejando que el gran espacio exterior físicamente me acaricie la piel de la frente, de las mejillas, de las manos... y sentiré de nuevo el olor, nada nuevo para mi, pero aún así notaré que se me eriza el vello, podré de nuevo degustar aquel aroma combinado de salitre y asfalto y de no sé qué más, y percibir el rumor a ciudad durmiente que, de manera lenta e imparable, asciende y me alcanza y me envuelve, allá en el piso 20, en el balcón de aquella habitación ya familiar, la 2004.

El jet-lag me tumbará vestido y mal afeitado en la inmensa cama, con el ventanal abierto y los visillos danzando tímidamente al ritmo de la brisa, y el jet-lag abrirá mis ojos cuando la primera luz de la aurora comience a pintar una línea salmón en la lejanía, la maleta aún sin abrir, pero ya montado el trípode y la cámara situada y presta; y así comenzará de nuevo mi inspección minuciosa y fragmentada de la urbe, de los tejados, de las torres de iglesias que se mantuvieron contra viento y marea, de los rascacielos imposibles y de las casas con jardín, de las terrazas con viejos coches aparcados, de las calles de asfalto roto y aceras caprichosas, de las paredes iluminadas por lámparas naranja o de frío neón, todo ello dibujado con la luz de los atardeceres rojos, con la luz del sol filtrado por mares de nubes, manchando a ráfagas, o la luz del sol plano, duro y cenital, o de la envolvente y pastosa niebla de la madrugada, pero siempre de la mano de la luz, cambiante, mezclada, realzando y borrando, subrayando, gritando, sí, la luz susurrando a mis oídos: mira, mira, aquí!, no, no, mejor allá!, por aquí, por aquí!

¡Cuanta acción en algo tan estático!

Durante días sucesivos, como espía encaramado en plena crisis de los misiles, cinematográficamente indiscreto, iré documentando, para mí mismo, egoístamente, el sutil espectáculo de la vida mostrado a través de las azoteas, todo un lenguaje de evidencias, la radiografía de una época, el mapa de varias generaciones, las arrugas del tiempo no siempre bellas y, rodeado de silencio y a solas, de la manera que a mi me gusta avanzar, metódica y apasionadamente, intentaré interpretar lo in-interpretable.

 

La Habana, diciembre de 2011

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